EL AMBIENTE INSULAR:
GRANDES CABEZAS Y DEGRADACIÓN AMBIENTAL EN LA ISLA DE PASCUA
En el Pacífico, a una gran distancia de Chile, la isla de Pascua exhibe el misterio de sus cabezas gigantes. Se ha hablado mucho sobre ellas, aludiendo a civilizaciones desaparecidas y conocimientos esotéricos. Sin embargo, los pascuenses no llegaron a la isla en platos voladores sino en canoas y su decadencia no se debe a ninguna catástrofe cósmica sino a un desastre ecológico. Según una de las hipótesis más aceptadas, en el siglo V DC, un grupo de polinesios llegó a la isla, navegando en sus grandes canoas de doble casco. Al principio, el lugar les pareció ideal, pero poco a poco descubrieron sus limitaciones ambientales. Pascua no tiene cursos de agua, sino sólo lagos en los cráteres de volcanes apagados. Había muy pocas especies autóctonas de plantas y animales y casi ninguna era comestible. Las semillas que traían (como las del coco) no germinaron por ser el clima un poco más frío que el de sus tierras de origen. De este modo, tuvieron que resignarse a una dieta monótona, basada en batatas y pollo. En los primeros tiempos, los cultivos eran fáciles, lo que hizo que tuvieran mucho tiempo para actividades ceremoniales. Allí comenzaron a esculpir las cabezas gigantescas y ponerlas encima de las plataformas, las que muy pronto actuaron como el reflejo del poder de los respectivos clanes. Trasladar esas cabezas que pesan decenas de toneladas desde las canteras hasta su emplazamiento definitivo fue una obra de mayor magnitud aún que su construcción. En una isla sin animales de tiro, se las llevó a fuerza de brazos, sobre rodillos preparados con una enorme cantidad de troncos. Las ubicaron en sitios cuidadosamente elegidos, según su orientación astronómica.
En esta etapa, parecen haber existido vínculos con el continente americano, aunque no sabemos si continuos u ocasionales. El más sugestivo de ellos es un muro que parece reflejar una tecnología constructiva semejante a la de los incas, sin que hayamos encontrado documentación convincente sobre su origen. Aquí puede destacarse la hipótesis del arqueólogo noruego Thor Heyerdahl, quien sostuvo que "los primeros habitantes llegaron del este, de la América del Sur preincaica, portando en sus balsas la batata, las totoras o juncos que crecen en profusión alrededor de los lagos o cráteres de la isla, y su habilidad para tallar la piedra"
Llegó un momento en que el crecimiento de la población superó la capacidad de soporte del ecosistema y presionó sobre los suelos y los bosques en forma irreversible. Hacia 1550 ya vivían 7.000 personas en la isla y se agravaron los conflictos originados en el exceso de población. La gente cortó los árboles para construir viviendas y encender fuego. La mayor competencia entre los clanes los llevó a una carrera para la construcción de más y más cabezas gigantes. Y, por supuesto, a talar los últimos árboles para poder llevarlas a sus emplazamientos. Pero la exhibición de poder de cada grupo debilitó al conjunto de la sociedad. La deforestación se hizo crítica. Desde el 1500, muchos debieron vivir en cuevas por no encontrar madera para hacer sus casas. La eliminación de los árboles también afectó negativamente los suelos, que ya padecían la falta de abono animal para reponer los
nutrientes. El rendimiento de los cultivos disminuyó y se hizo sentir la escasez de alimentos.
Hacia el 1600, casi no quedaban bosques en la isla. Los herederos de una civilización marítima quedaron atrapados en su lejano hogar, sin troncos para construir canoas. La imposibilidad de seguir levantando estatuas desarticuló el sistema de creencias, y con él, el orden social. Las diferencias entre clanes comenzaron a resolverse por medio de la guerra: cada grupo volteó las cabezas levantadas por los grupos enemigos y se comenzó a practicar el canibalismo. Al llegar los europeos en el siglo XVIII, hallaron más de 600 imponentes estatuas de piedra de una altura media de seis metros. Los grabados de la expedición de La Pérouse (enviado por Luis XVI a explorar Oceanía) muestran a los franceses midiendo las grandes cabezas, con los últimos árboles como fondo. Los habitantes de la isla eran un grupo de indígenas miserables, ocupados en matarse y comerse unos a otros. Cuando el capitán Cook, unos años más tarde, les preguntó cómo habían llegado las estatuas a los lugares en
que estaban, lo miraron con desconcierto y le dijeron que creían que habían ido caminando.
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