The
New York Times califica de ladrones y charlatanes
a
Yoani Sánchez y el Coco Fariñas. En Cuba, desventuras
al
intentar derrocar un régimen
En 1996, motivados por un
apetito de venganza, legisladores estadounidenses aprobaron un proyecto de ley
promulgando una estrategia para derrocar el Gobierno de La Habana y “asistir al
pueblo cubano a recobrar su libertad”. La Ley Helms-Burton, aprobada por el
Presidente Clinton, semanas después de que Cuba derribó dos avionetas civiles
estadounidenses, ha servido como fundamento para que el Gobierno norteamericano
gastara $264 millones de dólares, durante los últimos 18 años, en un intento
por instigar reformas democráticas en la isla.
Lejos de haber logrado su
objetivo, las iniciativas han resultado bastante contraproducentes. Los fondos
han sido un imán para charlatanes, ladrones y buenas pero infructuosas
intenciones. Los sigilosos programas han agravado la hostilidad entre las dos
naciones, le han dado a Cuba una bonanza propagandística y han bloqueado
oportunidades de cooperar en áreas de interés mutuo.
Estados Unidos debe hacer un
esfuerzo por promover mayores libertades personales en la isla poblada por 11
millones de habitantes y flexibilizar la rigidez de uno de los gobiernos más
opresivos del mundo. Pero tiene que hacerlo mediante una estrategia nueva,
producto de la lección de dos décadas de esfuerzos fallidos por desestabilizar
el régimen de los Castro.
Durante los últimos años de la
administración Clinton, Estados Unidos gastó relativamente poco en programas
para promover reformas democráticas en Cuba bajo Helms Burton. Eso cambió
cuando George W. Bush llegó al poder en 2001, con el ambicioso objetivo de
liberar pueblos reprimidos en todo el mundo. La Agencia de Estados Unidos para
el Desarrollo Internacional, USAID, por su sigla en inglés, mejor conocida por
su labor humanitaria que por misiones furtivas, se convirtió en el principal
vehículo para implementar proyectos de reforma democrática en Cuba, donde es
ilegal.
La inversión en iniciativas
para derribar el gobierno aumentó de unos cuantos millones anualmente, a más de
$20 millones de dólares en 2004 durante los primeros años de la administración
Bush. La mayoría de contratos se otorgaron sin mayores controles a grupos de
cubanoamericanos. Uno invirtió el dinero en una estrategia de lobby
internacional, de cuestionable legalidad, para persuadir a gobiernos
extranjeros a que apoyaran el impopular embargo que Estados Unidos impone sobre
la isla. Otro envió montones de revistas de historietas cómicas a la misión
diplomática estadounidense en Cuba, desconcertando a sus funcionarios. El
dinero también se utilizó para comprar ropa y comida, pero nunca fue posible
verificar cuánto llegó a manos de los familiares de presos políticos, como se
tenía previsto.
Según un informe publicado en
noviembre de 2006 por la Oficina de Rendición de Cuentas, GAO, por su sigla en
inglés, un contratista usó los fondos de programas pro democracia para comprar
una motosierra de gas, equipos electrónicos, entre ellos Nintendo Game Boys y
Sony Play Stations, una bicicleta montañera, abrigos de cuero, carne de
cangrejo, y chocolates Godiva. Al momento de hacer una auditoría, los gastos no
fueron justificados.
Adolfo A. Franco, el entonces
director de la oficina de América Latina de la agencia de ayuda internacional,
defendió los programas durante un discurso en la Universidad de Miami, en abril
de 2007, afirmando que estaban contribuyendo al gradual fortalecimiento de la
oposición política en Cuba. Argumentó que la agencia debía seguir asumiendo
“riesgos calculados”, aunque en el Congreso, varios legisladores dudaban de que
los esfuerzos estuvieran dando fruto. “Terminar este régimen es una obligación
solemne”, declaró Franco, quien es de origen cubanoamericano. La investigación
de la GAO llevó a que la agencia otorgara un mayor porcentaje de los fondos a
organizaciones de desarrollo establecidas, incluidas algunas que propusieron
iniciativas ambiciosas. En 2008, el Congreso autorizó $45 millones de dólares
para los proyectos, una cifra récord.
Un gran proyecto que comenzó
durante la administración Bush para expandir el acceso a Internet en Cuba tuvo
repercusiones nefastas para el Gobierno de Obama. Una funcionaria de relativo
alto rango del Departamento de Estado visitó La Habana en septiembre de 2009,
procurando restablecer el servicio postal y cooperar en asuntos migratorios. La
visita representó el contacto a más alto nivel con el Gobierno cubano en varios
años.
En diciembre, las autoridades
en Cuba detuvieron a un subcontratista estadounidense que viajó a la isla cinco
veces como parte de una iniciativa de USAID, fingiendo ser turista, para
contrabandear equipo de comunicación que no es permitido en la isla. En ese
entonces, varios funcionarios de USAID y el Departamento de Estado no estaban
al tanto de la envergadura y naturaleza de algunos de los proyectos
encubiertos. Sin embargo, los cubanos, furiosos tras percibir que Washington
tenía una política engañosa de dos fases, asumieron una posición rígida frente
al prisionero estadounidense, Alan Gross, quien ha sido condenado a 15 años de
prisión.
Funcionarios de USAID y el
Departamento de Estado quedaron asombrados al caer en cuenta del tipo de
riesgos que se estaban tomando, y algunos argumentaron que era hora de
suspender los programas encubiertos, llamándolos contraproducentes. Sin
embargo, legisladores cubanoamericanos se resistieron enérgicamente para
asegurarse de que siguieran en marcha. Después del arresto de Gross, la agencia
de asistencia no volvió a enviar contratistas estadounidenses a Cuba, pero
permitió que las misiones las desempeñaran latinoamericanos, que algunas veces
fueron detectados por el servicio de inteligencia cubano.
Una investigación de
Associated Press reveló un controvertido programa que se llevó a cabo durante
el mandato de Obama. De 2009 a 2012, Creative Associates International, una
firma con sede en Washington, desarrolló un sistema de mensajes de texto
rudimentario, similar a Twitter, conocido como ZunZuneo. El objetivo del
proyecto era proveer una plataforma para que los cubanos pudieran difundir
mensajes a una audiencia masiva, un mecanismo que finalmente pudiera haber sido
usado para organizar multitudes.
El programa fue abolido en
2012. El contratista estaba pagando miles de dólares a la empresa estatal de
telecomunicación, y no hubo manera de convertirlo en un proyecto
autosuficiente. AP reveló en agosto que USAID estaba enviando a jóvenes
latinoamericanos a identificar personas que pudieran ser “agentes de cambio
social”, bajo el pretexto de organizar eventos, entre ellos un seminario sobre
el virus VIH. Los contratistas, bajo el mando de Creative Associates
International, recibieron un poco de entrenamiento para evadir a agentes de
inteligencia, y recibieron $5.41 dólares por hora, por una labor que,
fácilmente, hubiera podido llevar a que terminaran en la cárcel.
El dinero estadounidense ha
proveído comida y alivio a familiares de presos políticos, y ha generado una
red limitada de Internet satelital. Pero ha estigmatizado, más que fortalecido,
a la comunidad de disidentes.
En lugar de proyectos
encubiertos para derrocar el gobierno, los líderes estadounidenses deben
encontrar mecanismos para empoderar al cubano común y corriente, expandiendo
oportunidades de estudios en el exterior, organizando más enlaces
profesionales, e invirtiendo en las nuevas microempresas en la isla. Es
positivo que sigan promoviendo mayor conectividad a Internet, pero deben entender
que lograr ese objetivo de manera sustancial exige coordinación con el Gobierno
cubano. Más importante aún, Washington tiene que reconocer que a lo único que
puede aspirar, es a influir de manera positiva en la evolución de Cuba hacia
una sociedad más abierta. Para eso, es más productivo lograr un acercamiento
diplomático, que insistir en métodos artificiosos.
Nota:
Yo lo dije primero, pero nadie me creyó. El dinero de la USAID ha servido para
que los disituristas se conviertan en una clase adinerada, con negocios de
restaurantes, casas de alquiler, venta de computadoras y equipos de primera
línea en tecnologías, además de remodelaciones y compra de viviendas y autos. Muchos
de los dineros fueron a parar a manos de los disituristas, convertidos en chulos,
ladrones, oportunistas, negociantes...
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