domingo, 11 de octubre de 2015

El misterio del "hombre clave" de la transición

Agdalín Valenzuela fue asesinado por sus compañeros de armas del FPMR hace exactamente 20 años, luego de ser sindicado como el principal informante de “La Oficina”. Pese a los avances investigativos conseguidos por el ministro Mario Carroza en los últimos años, ninguno de los sospechosos ha enfrentado la justicia. Tanto las autoridades de entonces como su familia lo erigen como un mártir, pero por motivos totalmente opuestos.
El cadáver quedó tendido sobre su costado derecho, con los pies en dirección al noreste y la cabeza hacia el suroeste. Vestía un chaleco de lana tricolor, unos jeans y bototos café. La sangre que regaba el suelo a un lado de la carretera se comenzaba a diluir con la lluvia. A unos metros, entre el barro, quedaban un casquillo y dos de las cuatro balas de nueve milímetros que le habían dado muerte. Semanas después, un peritaje demostraría que los disparos fueron realizados a menos de un metro de distancia.
El camionero Edmundo Carrillo y su mecánico José Rodríguez fueron quienes encontraron el cuerpo de Agdalín Valenzuela Márquez, de 30 años. Eran pasadas las nueve de la noche del 11 de octubre de 1995. Transitaban a unos tres kilómetros de Curanilahue, por el sector del cruce “La Mano”, hacia la Ruta P-160 que une Concepción y Lebu, cuando vieron que un Land Rover amarillo, con las puertas entreabiertas, estaba fuera del camino. Pese al mal tiempo y a la falta de luz, descubrieron el cuerpo a un metro del jeep. Inmediatamente dieron el aviso en la comisaría local. Carabineros llegó al sitio cerca de las 10, poco antes de que lo hicieran los detectives de la Brigada de Homicidios de Lebu. Los policías observaron que Valenzuela tenía dos impactos de bala en la sien derecha y otros dos en la espalda. Como la billetera aún estaba en su bolsillo posterior derecho, descartaron el robo como móvil del asesinato. Todos tenían una idea de lo que había ocurrido, en especial los cercanos a Valenzuela -o Claudio, como era conocido en el sector-, que entendieron lo sucedido apenas supieron de su deceso. Varios vecinos de la Villa Pioneros del Carbón habían visto a un par de sujetos altos merodeando afuera de su casa durante la mañana. Después, cerca del mediodía, un par de testigos habían observado una despreocupada conversación entre él y los extraños afuera de su taller.
Al momento de la muerte de Valenzuela, su novia desde 1990 y madre de dos de sus tres hijos, Andrea Fernández, se encontraba en Concepción. La labor de informar a la familia santiaguina de Valenzuela le correspondió entonces a Adrián Fernández, su socio y cuñado. La primera en recibir el llamado fue Islude Valenzuela, la más cercana de sus tres hermanos. Ese día se había sentido angustiada desde la mañana y no había parado de fumar. Cuando el teléfono finalmente sonó, intuía una desgracia. Había temido ese momento desde hace años, cuando descubrió que su hermano era miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Lo que nunca esperó fue que su hermano muriera acusado de traidor, a manos de sus propios compañeros.
-La primera vez que vi a mi hermano con un arma, como a los 18 años, comencé a prepararme para su muerte. Quien a hierro mata, a hierro muere.
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Humberto Valenzuela Lome era ateo. Cuando se casó con Elena Mellado, en la década del 30, decidió no ponerles nombres de santos católicos a sus hijos. Buscó inspiración en lugares remotos del planeta que le sonaran bien, como la región de Agda, en Marruecos, o las montañas Sikote-Alín, en la frontera de Rusia y China. De la unión entre ambos nació “Agdalín”, un nombre presente en tres generaciones de la familia. Uno de los nietos de Humberto Valenzuela fue Agdalín Valenzuela Márquez. Llamado Alín por su familia, nació el 17 de marzo de 1965 como el tercero de cuatro hijos de un hogar de Santiago Centro. Su padre, Godoltier, era oficial de Gendarmería, pero fue exonerado tras el Golpe por su filiación comunista y se reinventó como guardia privado; su madre, María Angélica, se dedicaba a las labores domésticas hasta que se enamoró de otro hombre y, tras 20 años de convivencia, se fue a vivir a Curacaví, llevándose a la hija menor, Dania Yarén.
El quiebre familiar de 1983 fue uno de los factores que llevaron a Valenzuela a dejar sus estudios en el Liceo N°5 cuando cursaba tercero medio. En parte, por herencia familiar y, en parte, como una suerte de escape, se acercó a unos compañeros comunistas de su escuela y se enroló en la “Jota”, aún en clandestinidad. Para satisfacer sus inquietudes políticas, se integró al comité pro paz de la Iglesia Pío X, al tiempo que entraba al mundo laboral como reponedor de Soprole en un Unimarc de la Gran Avenida. Por esa época, también comenzó una relación amorosa con su prima Verónica Tachima, lo que terminó por alejarlo aún más de su madre.
Ese mismo año comenzaron las acciones del FPMR. Uno de sus mentores dentro del PC fue José Andrés Bengoechea, conocido también como Pepe o Alexis. Fue él quien le dio trabajo como uno de sus choferes para repartir productos de Loncoleche en 1985. “Con el pasar de los años empezó a gastar su sueldo en revistas de armas. Sus posturas se hicieron cada vez más radicales, pensaba que incluso me estaba dejando atrás”, manifestó Bengoechea al ser interrogado en 2011.
Respecto de las actividades de su hermano por esa época, Islude Valenzuela todavía no sabía demasiado, aunque ya lo había visto manipulando armas desde los 18 años, cuando junto a un grupo atacó una comisaría en Carlos Valdovinos con Las Industrias. Ella asegura que algunos años después supo que había participado del atentado contra Augusto Pinochet del 7 de septiembre de 1986 -Operación Siglo XX-, como parte de la Unidad 503, encabezada por Mauricio Hernández Norambuena, el comandante Ramiro. Donde su participación sí está plenamente acreditada es en el secuestro del coronel (R) Carlos Carreño, en 1987. En aquella operación condujo uno de los camiones que trasladaron al rehén desde Chile hasta Argentina y finalmente a Brasil, donde fue liberado. Valenzuela estuvo casi dos años fuera de Chile. A esas alturas, su cónyuge, Verónica Tachima, había dado a luz a Nicole, la primera hija de ambos. A su retorno, le sinceró que era guerrillero y le pidió matrimonio. Se casaron el 13 de noviembre de 1989. La dinámica de la relación no cambió, pues él siguió desapareciendo sin informar su paradero. Ese año volvió a Brasil para ayudar a Ramiro en el secuestro del empresario brasileño Luis Salles. “El Frente era una estructura compartimentada -cuenta un antiguo alto mando del FPMR-, así que nunca ha sido cierto que nos conozcamos todos. A Agdalín lo vi un par de veces, pero adquiere relevancia en los 90 como parte del grupo de Ramiro. Trabajaba en infraestructura, tenía preparación”.
La pareja ya estaba quebrada cuando se trasladaron a Concepción, en 1990. Tachima se enteró de que su marido tenía una relación paralela con una estudiante penquista, Andrea Fernández, y regresó a Santiago a los pocos meses. “Recuerdo dos o tres oportunidades cuando Alín llegó con bolsos con muchas armas, como 20 entre pistolas y fusiles. Yo lo recriminaba, porque estaba poniendo en riesgo a nuestra hija. En una oportunidad me golpeó, así que lo denuncié a Carabineros. Cuando volvimos, Alín ya no estaba y se había llevado las armas”, declaró Tachima tras la muerte de su marido. Ya separado, Agdalín Valenzuela comenzó a desarrollar la nueva misión encomendada por el FPMR: establecer un foco guerrillero en el sur del país.
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-Es imposible que la historia oficial sea la verdadera. Nunca he dudado. Ni siquiera cuando me han atacado y dicho que estaba loca -dice Islude Valenzuela.
Para los familiares y amigos de Valenzuela, todo lo que se ha escrito sobre él es falso. Su traición al FPMR luego del asesinato de Jaime Guzmán, el 1 de abril de 1991, y su colaboración con los servicios de inteligencia estatal no son más que un montaje para tapar a los verdaderos “topos” de la organización, que habrían sido de alto rango, comandantes como el Chele, Juan Maco Gutiérrez Fischmann, o Eduardo, Enrique Villanueva, quien esta semana alegó ante la Segunda Sala de la Corte Suprema un recurso de queja contra la Corte de Apelaciones por el aumento de pena recibido por su supuesta responsabilidad en la muerte de Guzmán.
Esa historia oficial, que se ha ido escribiendo en tribunales a partir de diversas causas, apunta a Agdalín Valenzuela como uno de los dos principales informantes del Consejo Coordinador de Seguridad Pública, más conocida como “La Oficina”, el organismo creado dos semanas después de la muerte del senador UDI para combatir al FPMR y al Lautaro. El otro fue Humberto López Candia, supuesto agente de la Dirección de Inteligencia del Ejército (Dine). Para el diputado Marcelo Schilling, entonces secretario del Consejo, la democracia le debe un homenaje a Valenzuela: “La transición navegó por aguas procelosas. No fue un camino pavimentado con pétalos de rosas. Yo sé que a la familia le cuesta aceptarlo, pero Agdalín fue clave para que cruzáramos el charco”.
Según consta en expedientes judiciales, Schilling fue contactado por una antigua dirigenta socialista, María Avendaño, cuyo sobrino, Nibaldo Canales, conocía a un militante disconforme con la dirección del FPMR, a quien había conocido en el negocio de distribución de lácteos. Se trataba de Valenzuela, quien de acuerdo a testimonios ulteriores, había sido el facilitador del arma que Ricardo Palma Salamanca, uno de los dos autores materiales del homicidio de Guzmán junto con Raúl Escobar Poblete. Esa tarde, Ramiro y Claudio habrían seguido las informaciones del atentado en una de sus casas seguras, el hogar de la tía Eduvia Valenzuela, al cual ambos hacen referencia en declaraciones judiciales.
Como jefe operativo de “La Oficina”, Schilling le encomendó a uno de sus analistas, Antonio Ramos, realizar el primer contacto con Valenzuela, en Estación Central. Fue en agosto de 1991. Posteriormente, las conversaciones quedaron a cargo de otro funcionario del Consejo, Oscar Carpenter, y del detective Juan Miguel Sarmiento. El frentista recibió de ellos nuevas chapas: se referirían a él verbalmente como Felipe y en informes escritos como F1 o F101. Los aportes monetarios, según Schilling, fueron escasos y no superaron los $ 500 mil en total.
El actual ministro del Interior, Jorge Burgos, entonces jefe de gabinete del ministro del Interior, Enrique Krauss, era miembro del Consejo. Así lo explicó ante la jueza Raquel Camposano: “Puedo decir que se gastó dinero en Agdalín Valenzuela, único informante de cuya existencia sé (…). No era un sueldo o remuneración formal, sino para que instalara una casa o establecimiento que tenía que ver con abejas”.
Valenzuela habría probado su valía como informante durante la crisis del secuestro de Cristián Edwards, que se extendió entre septiembre de 1991 y enero de 1992. Un extracto de los consolidados informativos de “La Oficina” revela su aporte:
26.09.91: F1 informa que el FPMR tiene en su poder a CE. Indica que dicha información la recibió del ‘comandante Ramiro’ (…) Informa que se ha producido una deserción en el equipo operativo de un tal JULIO.
Por esa misma época, Felipe ya vivía en Curanilahue con su nueva polola y era visitado periódicamente por dos comandantes del Frente: Chele y Ramiro. De sus actividades también ofreció detallados informes:
a) Chele se queda en la zona casi de forma permanente. Sale por causas puntuales. Contacto con un grupo en Santiago. Contacto para recibir correspondencia y dinero. b) Viajó a Stgo. hace cuatro días. En 10 días volverá. c) Chele y F101 viajaron juntos a la zona de Purén, donde en una parcela hay enterrados 30 M-16. Procedieron a su limpieza y retiraron cuatro que F101 distribuyó.
La apuesta se fue haciendo cada vez más osada. El detective Sarmiento, también conocido como agente Lorenzo, viajó al sur para encontrarse con Valenzuela en un solitario paradero de micros en Arauco. Vestía parka y llevaba un libro de contabilidad de tapa roja. Al ver a su contacto, lanzó una extraña frase en clave que abrió el diálogo.
-¿Sabe dónde se llevan contabilidades?
A partir de esa cita, el detective Sarmiento y su equipo iniciaron una fuerte vigilancia de la casa de Valenzuela, sacando fotografías y hasta instalando micrófonos. Mucha evidencia se perdió en el proceso y el Chele nunca fue detenido, pese a ser detectado. Al mismo tiempo, Humberto López Candia monitoreaba el entorno de Valenzuela a través de su esposa, Ana Cecilia Rodríguez, oriunda de Curanilahue.
“Lo que nos pedía Agdalín era que no hubiera muertos. De la única reunión que tuve con él me di cuenta de que tenía un compromiso con la democracia, entendía que la batalla debía ser política. Nos ayudó a entender el nivel de discusión interna que había en el FPMR”, asegura un alto funcionario de inteligencia de esa época.
Schilling dejó su cargo en “La Oficina” a mediados de 1992. El organismo fue reemplazado al año siguiente por la Dirección de Seguridad Pública e Informaciones (Dispi), encabezada por Isidro Solís. Durante su administración, Valenzuela se habría mantenido como informante, pero cada vez con menor compromiso, especialmente luego de lo ocurrido en la mañana del 5 de agosto de 1993, cuando fue arrestado por efectivos de Investigaciones junto con Hernández Norambuena en un servicentro. Las versiones respecto de si Felipe debía o no ser detenido son contradictorias entre los propios detectives de la operación. Algunos dicen que no lo reconocieron y otros que no tuvieron otra alternativa al ver que Valenzuela desenfundaba una Taurus calibre 38 en contra de los policías.
En esa detención dejó su único testimonio judicial, en el que mintió sobre su vínculo con el Frente y aseguró que portaba la pistola sólo porque en su trabajo manejaba grandes sumas de dinero: “Aun en la ilegalidad del PC en el gobierno militar no realicé actividades de tipo subversivas, desarrollándome en actividades culturales (...). A mi amigo siempre lo conocí como Rolando, quien nunca me manifestó que pertenecía al ‘Grupo Subversivo Frente Manuel Rodríguez’, simplemente me comentaba sus ideas de izquierda”.
Después de 10 días, el ministro Alfredo Pfeiffer dejó libre a Valenzuela por falta de méritos y antecedentes. Esto levantó una serie de sospechas en el seno del FPMR, pese a que Ramiro aún estaba convencido de su lealtad y hasta llegó a encomendarle que planeara su rescate -la cinematográfica fuga en helicóptero de la Cárcel de Alta Seguridad de 1996- en visitas posteriores. Luego de ser rescatado, Hernández Norambuena se convenció de que su amigo lo había traicionado.
“Este sujeto fue un aliado de La Oficina, cuyo objetivo era el aniquilamiento del FPMR. No tenemos dudas al respecto”, diría años después en una entrevista al diario Estado de Sao Paulo, tras ser recapturado en Brasil por el secuestro del empresario local Washington Olivetto.
Según Islude Valenzuela, Investigaciones entregó al juez un parte falso que lo mostraba con una hoja de vida limpia, siendo que poseía antecedentes para dejarlo en mala posición frente a sus compañeros. En la Dispi lo leyeron como un intento por “reventar” a uno de sus mejores informantes.
Una alta fuente de inteligencia de esa época cuenta que la Dispi le ofreció a Valenzuela salir del país ante la amenaza de represalias, pero éste la rechazó y decidió volver a Curanilahue, donde sería “ajusticiado” por sus ex compañeros de armas. La respuesta que le dio Felipe al agente de gobierno fue premonitoria.
-Donde vaya me van a encontrar y me van a matar igual.
***
Cuando el ministro Mario Carroza reabrió el caso Guzmán en 2010, hizo lo propio con el asesinato de Agdalín Valenzuela. Revisó los antecedentes que el ministro Hugo Dolmestch había dejado en un cuaderno separado, que incluía la querella por obstrucción a la justicia y asociación ilícita de Islude Valenzuela, y realizó nuevas pesquisas. El único procesado de la investigación original era Luis Alberto Moreno Correa, conocido como Murci o Vietnamita, un frentista que había sido reconocido por sus particulares facciones faciales como uno de los hombres que llegaron a Curanilahue el 11 de octubre de 1995 preguntando por el “vendedor de miel”, otro de los negocios que Valenzuela explotaba en paralelo a la vulcanización.
Las nuevas diligencias permitieron llegar a dos sospechosos más: Alexis Soto Pastrián -alias Rambo o Rodolfo, uno de los hombres de confianza de Ramiro-, acusado directamente por la familia de Valenzuela, y a Miguel Angel Peña Moreno, también conocido como Simón o Israel.
En 2011, Carroza pidió la extradición de este último desde Bélgica para que respondiera por su participación tanto en el crimen de Guzmán -habría robado y facilitado el vehículo de escape de los asesinos- como en el de Valenzuela. Los detectives del equipo de Carroza establecieron un antiguo vínculo entre Murci y Simón, cuyas cónyuges coinciden en su posible participación, pues en los días previos hablaban de “una operación grande”.
Otro antecedente clave lo entregó uno de los frentistas que Valenzuela tenía bajo su mando en Curanilahue, Eduardo Vivian, actualmente en prisión por haber matado a un carabinero. Pocos días antes de su muerte, había sido amenazado por Simón en Santiago. Este le dijo que estaba “quemado” por su cercanía con el supuesto informante.
A pesar de los avances en la causa, los tres sospechosos están fuera del país y no han podido ser extraditados. Islude Valenzuela todavía guarda alguna esperanza de encontrar a los autores materiales del asesinato de su hermano y de que se investigue a eventuales autores intelectuales, pero sabe que es difícil. También dice desconfiar del silencio que Andrea Fernández, la última pareja de Claudio, ha guardado desde el asesinato. De acuerdo a su versión, ni ella ni su familia nunca estuvieron disponibles para sumarse a la querella. “Me da rabia que la familia Fernández no haya ayudado a defenderlo después de su muerte”, dice.
Pese a que Andrea Fernández prefirió no ser entrevistada por Reportajes por este tema, para no revivir el dolor de Agdalín (22) e Igor (20), los dos hijos que le dejó su ex pareja, ella asegura que también sigue creyendo que no fue un traidor, ni de sus principios ni de sus compañeros. “Es mi deber que ellos sepan realmente quién fue su padre”, dijo en uno de sus primeros testimonios judiciales. La tumba de Agdalín Valenzuela está en el cementerio de Curanilahue desde hace 20 años, aunque su familia de Santiago espera algún día recuperar sus restos.
El arsenal de guerra del FPMR que escondió en un barretín precordillerano nunca fue encontrado.

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