domingo, 12 de octubre de 2014

Ébola, el virus que se hizo fuerte al llegar a la ciudad.

Ébola, el virus que se hizo fuerte al llegar a la ciudad






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http://elpais.com/elpais/2014/10/10/ciencia/1412958415_225658.html

 Por Javier Sampedro

La crisis del ébola empezó en marzo para la opinión pública occidental, pero en África las desdichas tienen siempre raíces más profundas, hervideros recónditos, signos escritos en un lenguaje críptico y premonitorio. Fue el 6 de diciembre de 2013 cuando un niño de dos años llamado Émile murió en Meliandou, un pueblo de la prefectura de Guéckédou, al sur de Guinea. La muerte de un niño en África es una moneda demasiado corriente como para levantar una sola ceja, pero poco después siguieron la misma suerte su madre, Sia, su abuela Koumba y su hermana de tres años Philomène, lo que ya no es tan común ni en las zonas rurales de Guinea. Todos habían sufrido fiebre alta, vómitos y diarrea, pero nadie sospechó cuál podía ser la causa de tanta maldición familiar.

Los entierros en esta zona del mundo implican a menudo un contacto directo con los cadáveres, y este fue justo el caso de la ceremonia fúnebre de la abuela Koumba, donde uno de los asistentes se contagió y se llevó consigo la desgracia al pueblo cercano donde vivía. Poco después, un trabajador sanitario de Guéckédou se contaminó y sirvió como foco secundario para extender la enfermedad a Macenta, Nzérékoré y Kissidogou. Era febrero para entonces, y el peor brote de ébola de la historia caminaba con paso firme por África occidental, una región donde nadie esperaba que pudiera suceder algo así.

El niño Émile es lo que los epidemiólogos llaman el “caso índice” del actual brote. No es necesariamente el origen exacto de la epidemia, pero es lo más cerca que la investigación ha podido acercarse a él. Para finales de marzo, cuando se reconoció la naturaleza del virus y la alerta de Médicos Sin Fronteras llegó a la Organización Mundial de la Salud (OMS), se habían dado ya 111 casos en esas cuatro prefecturas de Guinea, con 79 muertes. El último informe de la OMS, datado el pasado viernes, recoge 8.376 casos –entre confirmados, probables y sospechosos— y 4.033 muertes. La enfermedad se ha extendido de Guinea a Liberia, Nigeria, Senegal y Sierra Leona, sin contar los dos casos aislados de Estados Unidos y España de los que todos hemos hablado sin cesar esta semana. Desde 1976, el virus ha matado a más de 4.200 personas

¿Qué tiene de especial este brote para haberse convertido en el peor de la historia? “El virus es el mismo que en los brotes anteriores de la República Democrática del Congo y Uganda”, dice en entrevista telefónica Ron Behrens, profesor principal de la London School of Higiene & Tropical Medicine (LSHTM). “Incluso a nivel de ADN se trata del mismo virus, pese a algunos polimorfismos” (cambios de ‘letra’ en el ADN, o más exactamente en el ARN, la molécula hermana que sirve de material genético al ébola).

El brote de las ciudades

“Lo realmente diferente de este brote”, prosigue Behrens, “es que ha ocurrido en el oeste de África, y no solo en zonas rurales como los anteriores, sino en ciudades, donde la densidad de población es más alta; el virus actual no tiene una capacidad de contagio de persona a persona mayor de lo habitual; lo que hay ahora es más gente alrededor susceptible de ser infectada”.

El director del LSHTM es el codescubridor del ébola Peter Piot, que tampoco oculta su sorpresa por los aspectos de este brote que carecen de precedentes. “Es la primera vez que países enteros se han visto afectados”, escribe en WorldPost’: “Es la primera vez que las capitales con grandes poblaciones urbanas están implicadas; y es la primera vez que el virus se diagnostica fuera de África; en los 38 años que llevo trabajando con el ébola, nunca pensé que el virus tomara estas dimensiones, convirtiéndose de un pequeño brote en una horrible crisis humanitaria”.

El virus debe su nombre al río Ébola, un humilde afluente del río Mongala que a su vez vierte al río Congo, y que solo aparecería en los tomos más gruesos de geografía de no ser por el agente infeccioso que surgió allí en 1976 y que hoy supera en fama incluso al virus de la gripe aviar y a los priones de las vacas locas’ Aquel primer brote de hace 38 años causó algo más de 400 muertes, lo bastante para llamar la atención de los epidemiólogos occidentales. Contribuyó a ello la forma espantosa en que mataba a los infectados, con un cuadro de hemorragias generalizadas de tal envergadura que llegó a describirse en la época como “el cuerpo estallando desde dentro”. Que eso sea una exageración será probablemente un pobre consuelo para los contagiados.

Un día de septiembre de 1976, un piloto de Sabena Airlines, la antigua aerolínea nacional de Bélgica, llevó un termo y una carta al laboratorio de Amberes donde trabajaba el joven Peter Piot. La carta era de un médico de Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo (entonces Zaire), y explicaba que el termo contenía una muestra de sangre de una monja que acababa de morir en Yambuku, una aldea junto al río Ébola, a consecuencia de una enfermedad enigmática. El médico pedía a los científicos belgas que intentaran confirmar si se trataba de la fiebre amarilla.

Piot se puso su bata blanca –una protección que se consideraba adecuada en la época—, abrió el termo, apartó con el dedo un vial que se había roto y utilizó el otro, que estaba intacto, para hacer las pruebas. No era fiebre amarilla. Tampoco la fiebre de Lassa, ni el tifus. Pero algo había en el vial, porque cuando lo inyectaron a ratones empezaron a morir uno tras otro en escalofriante sucesión.

Cuando pusieron una muestra bajo el microscopio, Piot exclamó: “¿Qué demonios es eso?”. Era un virus grande y largo con forma de gusano. La única cosa parecida que se había visto antes era otro virus llamado Marburg, que había causado un brote de fiebres hemorrágicas que una década antes había matado a un grupo de investigadores en un laboratorio de esa ciudad universitaria alemana. Piot fue poco después uno de los primeros científicos que viajaron a Zaire para estudiar la misteriosa epidemia. Hace ahora 38 años.

Behrens, como el resto de los científicos conocedores del virus, ve muy improbable que el caso de la enfermera española, o los casos similares de Estados Unidos y Brasil, den lugar a brotes en los países occidentales. “Solo si el caso índice no fuera detectado a tiempo podría haber un problema”, dice. “No creo que el riesgo sea muy alto.

Pero la epidemia de África occidental es la peor de la historia, y está causando una masacre. “Lo que falta no es tanto dinero, sino recursos humanos; es muy difícil conseguir técnicos que viajen allí”, añade Behrens.

Nadie ha inventado todavía el turismo virológico.
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http://rebelion.org/noticia.php?id=190695
 Ébola, cuestión de clases

José Mansilla
Diagonal

En el caso de Teresa Romero, a la feminización de los cuidados, traducida, en este caso, en su profesión como auxiliar, habría que añadir el de clase.


"Si tuviera que dimitir, dimitiría. No tengo ningún apego al cargo, soy médico y tengo la vida resuelta". Esta simple frase de Francisco Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, revela dos aspectos muy importantes. Por un lado, la consideración que el Gobierno del Partido Popular tiene sobre la acción política y, por otro, el pensamiento de dicho partido sobre el objeto de su propia gestión, esto es, el servicio al interés general de los ciudadanos y las ciudadanas.

No se trata únicamente de un error de comunicación, como se está calificando, ni siquiera de una salida de tono del consejero, una auténtica chulería, sino de toda una declaración de principios. El manifiesto real de lo que representa el ejercicio de la política para la derecha en el Estado español.

Francisco Javier Rodríguez deja claro que él, no como otros de su mismo partido, no está en la política para forrarse. Como bien dice tiene la vida resuelta. Sin embargo, aunque dicha declaración parezca apostillar el hecho de que no tendría ningún problema en dimitir, lo que realmente está transmitiendo es que, en realidad, con su servicio nos está haciendo un favor. Podría estar ganando mucho dinero en una clínica privada, o presidiendo algún consejo de administración en alguna empresa a la que ha externalizado algún contrato, pero no, por el bien de todos y todas, en un momento de su carrera decidió sacrificarse y ejercer la función, nunca suficientemente remunerada ni reconocida, de consejero de Sanidad. Porque la gente del Partido Popular es así, ven el ejercicio de la política como se veía hace ochenta o cien años, cuando los que ejercían el poder en nuestros pueblos y ciudades eran las llamadas fuerzas vivas, el alcalde, el médico, el cura y la guardia civil. Ellos se sacrifican por nosotros y nosotras. Gestionan nuestra sanidad, o la regalan a sus amigos y amigas, y nuestros servicios para nuestra mayor tranquilidad. Nosotros no sabríamos hacerlo y él, que no le tiene ningún apego al cargo, nos está haciendo ese favor.

Por otro lado, todo el que haya tenido un contacto prolongado con el ámbito sanitario, público o privado, conoce perfectamente los residuos de cierto corporativismo rancio, la jerarquización y el reparto de papeles y estatus que existe dentro del sector. Afortunadamente, la (descendiente) democratización de la sociedad y de los estudios superiores, la política de becas, así como la construcción y dotación de escuelas y facultades en nuestras universidades, están acabando con esta histórica situación. Pero como dicen los gallegos sobre las meigas, “haberlas, haylas”. Los hospitales y centros de salud, llenos de grandes profesionales, son micro-sociedades y, como tales, desarrollan sus propias dinámicas y relaciones de poder, un poder donde los y las auxiliares de enfermería, celadores, personal administrativo, etc., se encuentra en la base de una pirámide que sitúa al médico o médica en la posición de mayor reconocimiento. El consejero, no lo olvidemos, es médico, Teresa Romero, auxiliar y, peor aún, mujer.

Ana Álvarez, en un reciente artículo en Diagonal, llamaba la atención sobre la feminización de la mortalidad debida al ébola. Las mujeres en África, señalaba la periodista, son las que atienden a los enfermos, mantienen un rol tradicional de cuidadoras y, por esto, se encuentran más expuestas a sufrir la enfermedad. En las sociedades patriarcales, además, las mujeres son las primeras en el trabajo pero las últimas en recibir atención, ya sea sanitaria o de otro tipo. Es por esto que el ébola es principalmente una enfermedad en femenino. En el caso de Teresa Romero, a esta feminización de los cuidados, traducida, en este caso, en su profesión como auxiliar, habría que añadir el de clase. El hecho de que la infección se haya producido en un hospital público en cuadros, y a una auxiliar de enfermería, parte del personal sanitario con menor sueldo, menor reconocimiento, menor acceso a la formación y al reciclaje y, en este caso, con mayor precariedad en el desempeño de su labor, es sintomático y refleja que, en este caso, el ébola no es solo una cuestión femenina, sino también de clase.

El consejero nunca se hubiera infectado, ya que no sólo nos está haciendo un favor gestionando la sanidad madrileña sino que, además, es médico y hombre.

Fuente:  www.diagonalperiodico.net/global/24226-ebola-cuestion-clases.html






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