Análisis: Niños migrantes centroamericanos: indiferencia e incomodidad
estatales
Si los derechos humanos (y en este caso los de los niños) tienen un
supuesto carácter universal e inalienable, ¿Por qué México y Estados Unidos
escatiman y regatean sus derechos a estos infantes y jóvenes centroamericanos?
¿Por qué no se les da el trato de niños y refugiados, si a todas luces son
ambos?
Por Guillermo Castillo Ramírez
Como lo han venido señalando desde
hace años organizaciones de derechos humanos y activistas de variado cuño de
diversos países, el fenómeno social de los niños migrantes centroamericanos que
se dirigen a Estados Unidos (EU) no es nuevo y tiene una larga y compleja
génesis que hunde sus raíces en la historia de los países de origen y en la
intrincada geopolítica de los intereses norteamericanos en esa porción de
América latina a lo largo del siglo XX e inicios del XXI. Por años la migración
de niños fue una piedra incomoda en el zapato de varios gobiernos de las
regiones de Centro y Norteamérica, situación de la que se desentendían casi por
completo desviando la mirada y minimizando el asunto. Mucho antes de que alcanzara
las sorprendentes dimensiones que ahora la hacen “visible” a la sociedad
mexicana e internacional, esta migración ya era un problema que, por sus
características y no sólo por sus proporciones numéricas, era ya estremecedor y
suficientemente grave por sí mismo: (1) Los niños migran en condiciones de
clara precariedad económica y social. (2) Los migrantes son niños y
adolescentes que no migran por gusto y voluntad, sin porque se ven obligados a
hacerlo y sin documentos migratorios. (3) Dadas las características de los
procesos de movilidad espacial durante en su tránsito a EU y sin la protección
de los Estados centroamericanos y de México, los niños y adolescentes están
expuestos a situaciones de excesiva vulnerabilidad y riesgo de su integridad
física y su propia vida, donde las vejaciones y abusos son constantes. (4) Es
un proceso social que, lejos de estabilizarse o/y decrecer, se incrementa de
forma exponencial de manera anual. (5) Y, finalmente y si logran culminar la
trayectoria migratoria hacia el país de destino, los niños migrantes padecerán
condiciones de marginación y criminalización que experimentan en EU por la
falta de documentos migratorios; a estos migrantes, ni en la frontera de
mexicana ni en EU (una vez que son detenidos), se les reconoce y respeta su
condición de niños y ni las prerrogativas a que tienen derecho, tampoco se les
otorga la condición de refugiados a la que tendrían derechos dadas las
situaciones de violencia y riesgo a las que están expuestos en sus países de
procedencia. Estos niveles de exclusión que viven los niños migrantes
centroamericanos en las diversas etapas y lugares de su trayectoria y
experiencia migratoria (lugar de origen, desplazamientos por los sitios de
tránsito y los espacios de llegada) han sido documentados y denunciados de
manera profusa y constante por diversos actores, agencias e instituciones
relacionadas al tema de los derechos humanos, la migración y la niñez. Una
pregunta que queda sobre el aire y que, no pocos ya han formulado, es: si los
derechos humanos (y en este caso los de los niños) tiene un supuesto carácter
universal e inalienable, ¿Por qué, en el contexto de los Estados nacionales de
México y Estados Unidos, se les escatiman y regatean sus derechos a estos
infantes y jóvenes centroamericanos? ¿Por qué no se les da el trato de niños y
refugiados, si a todas luces son ambos? ¿Pasaría lo mismo se si trata de un
niño norteamericano o de la Europa occidental? Entonces ¿La garantía y el
ejercicio de los derechos humanos son un asunto de geopolítica y su
cumplimiento depende de los intereses y poderío económico, político y militar
de los países involucrados?
Dimensiones del fenómeno, magnitud de la indiferencia
Fue hasta que el número de casos y la
gravedad de los testimonios registrados llegaron de manera mucho más frecuente
y masiva a las pantallas de televisión, las primeras planas de los periódicos,
las notas principales de los noticieros, los portales de Internet y las
programaciones de las emisoras de radio que a esta migración se le “atribuye”
una magnitud colosal. En este sentido, lo que ha vuelto a esta migración un
tema “visible” y “apremiante”, más allá de los profundos niveles de exclusión y
violencia, son las dimensiones sociodemográficas que presenta actualmente y la
atención mediática que se le ha dado al asunto. Y, sin duda, los números son
abrumadores, pero no sólo por su carácter estadístico, sino por las
experiencias de dolor individual y socialmente acumulado en estos procesos de
movilidad geográfica forzada. Según datos de la patrulla fronteriza y del
gobierno norteamericano, en la zona limítrofe internacional entre México y EU,
entre octubre de 2013 y mediados de junio del 2014 intentaron cruzar la
frontera más de 52 mil menores, procedentes principalmente de tres países:
Honduras (con 15,027), Guatemala (con 12,670) y El Salvador (con 11,436). La
cifra total de niños migrantes prácticamente se duplicó respecto al año
anterior, en el mismo periodo; a esto habría que agregar el número de niños
migrantes mexicanos que también ronda en miles. En menos de 5 años, esta
migración centroamericana creció exponencialmente. En 2009 se registraron 1,221
menores salvadoreños y para 2014 la cifra se multiplicó aproximadamente por 10
al llegar a 11,436. Por su parte, Guatemala, en un patrón de incremento
parecido a El Salvador, pasó de 1,115 niños en 2009 a 12,670 en 2014. Y,
Honduras, país con el mayor número de niños migrantes y con el crecimiento
migratorio proporcional y neto por año más grande, pasó de 968 en 2009 a 15,027
en 2014. Se trata, además, de una migración forzada debido a las condiciones de
vida que tienen estos niños en sus países de origen. Más que sólo migrantes,
estos infantes tendrían que ser reconocidos por EU y México como refugiados y
menores de edad.
Migración, saldos y resultados del deterioro
De acuerdo a datos y estadísticas de
la ONU, El Salvador y Honduras se ubican entre los países más violentos del
mundo y con unos de los mayores índices de homicidios; en estos países la
violencia vinculada al crimen y a la presencia de pandillas (como Barrio 18 y
la Mara en El Salvador) se ha vuelto una condición extrema que atenta contra la
vida y la persona de los niños, adolescentes y jóvenes de estas naciones.
Ahora bien, las causas que propician
la salida no voluntaria de estos niños y adolescentes son diversas y
contemplan, entre otros, el siguiente abanico de procesos: (1) Situaciones de
precariedad material vinculadas a la pobreza rural y urbana, que impelen a
salir a buscar otras alternativas fuera de los lugares de origen. La migración
y su promesa del norte son una de las estrategias a las que, de manera masiva,
se recurre para tratar de mejorar la situación de vida. A semejanza de lo
acontecido en México y resultado de la imposición internacional de las
políticas neoliberales en el agro, el campo y los sectores rurales agrícolas de
estos países sufren de un fuerte y crónico abandono; después de décadas de una
aplicación ciega y rígida de modelos económicos de libre mercado y
desmantelamiento del Estado de bienestar, los saldos son claros e irrefutables:
pobreza y exclusión social para la gran mayoría. (2) Otra de las motivaciones
de esta migración es huir de los procesos de violencia que padecen las
comunidades rurales y las ciudades de esa región de Centroamérica. Derivados de
una larga historia de conflictos sociales y armados (las guerras de El Salvador
y Guatemala y el golpe de estado de hace unos años en Honduras) relacionadas a
la intervención del gobierno norteamericano en la región desde hace décadas,
estos países, particularmente El Salvador y Honduras, tienen niveles de
criminalidad y asesinato muy elevados. En estos contextos históricos y
geopolíticos y a fin de entender la situación de violencia de estos países, no
se puede omitir el papel de asesoría y soporte militar, político y económico
que el ejército y el gobierno de EU proporcionó a los grupos contra-insurgentes
en El Salvador y Guatemala a fines del siglo XX, así como el apoyo a los
golpistas en Honduras a fines de la década del 2000. Tampoco hay que omitir la
política norteamericana de control e intervención económica y social en la
región. De acuerdo a datos y estadísticas de la ONU, El Salvador y Honduras se
ubican entre los países más violentos del mundo y con unos de los mayores índices
de homicidios; en estos países la violencia vinculada al crimen y a la
presencia de pandillas (como Barrio 18 y la Mara en El Salvador) se ha vuelto
una condición extrema que atenta contra la vida y la persona de los niños,
adolescentes y jóvenes de estas naciones. Esta migración de miles de niños
hacia EU es, en buena medida, resultado del papel intervencionista que EU jugó
en la región a fines del siglo pasado y principios del XXI y que condujo al
actual deterioro de la vida y el tejido social de estos países
centroamericanos. Hoy estos niños migrantes, y sus respectivas historias de
marginación y violencia, son el resultado y reflejo de las medidas, políticas y
programas que el gobierno norteamericano llevo a cabo en la región desde hace
décadas. (3) Junto a lo previamente señalado, otro de los motivos y detonantes
por el que migran los niños es la reunificación familiar con sus padres ya que
están en EU desde hace años. Antes que sus hijos, los padres de estos niños
salieron tiempo atrás de sus hogares y se fueron a EU en busca de mejorar sus
condiciones de vida.
El tránsito, entre la vulnerabilidad y la extorsión
La travesía que llevan a cabo estos
niños supone un desplazamiento de miles de kilómetros y de varios días y
semanas, durante los cuales estos menores tienen que sortear y hacer frente a
diversas situaciones de diversa índole. Este viaje deviene en una situación de
riesgo permanente, donde, a través múltiples de medios de transporte
(autobuses, el tren de carga “la bestia”, el desplazamiento a pie), tratan de
llegar al norte de México y de ahí cruzar la frontera internacional
México-Estados Unidos. Durante el “tránsito” estos niños están sujetos a
diversos niveles de vulnerabilidad en razón de sus características como
migrantes. Así, dada su edad, su condición de migrantes sin documentos
migratorios, su situación de centroamericanos en tránsito por México y hacia
EU, su precariedad material y apremiante necesidad de trabajo, están sobre
expuestos a un mayor número de abusos y agresiones. La lista de agravios que
sufren los migrantes y los niños migrantes centroamericanos es larga:
extorsiones, robos, violencia física y psíquica, mutilaciones, violaciones,
abusos sexuales, tráfico de personas, forzarlos a la prostitución, secuestros,
privación de la libertad y asesinatos. Estos abusos son perpetrados por una
gama de diversos individuos, grupos, organizaciones e instituciones:
criminales, grupos de la delincuencia organizada y el narcotráfico (los Zetas),
pandillas (la Mara), autoridades mexicanas de nivel municipal, estatal y
federal, la boder-patrol; cada uno de ellos lucran y se aprovechan de la
indefensión de estos migrantes en tránsito. Los niños y los migrantes adultos
se vuelven medios y monedas de cambio mediante los cuales los sectores y grupos
previamente mencionados obtienen recursos económicos. En este sentido, aunque
los marcos jurídicos internacionales pregonen que para los Estados nacionales
la vida humana (especialmente la de los niños) es invaluable y que se tiene que
conservar y ponderar a toda costa, los hechos previamente señalados muestran lo
contrario.
La otra cara de la moneda, los grupos por respeto y los derechos de los
migrantes
No obstante, frente a este fenómeno,
hay también individuos, colectivos y asociaciones de la sociedad civil, de
defensa de los derechos humanos, de religiosas y feligreses que, mediante
diversas acciones de variado carácter (de asistencia social, de beneficencia,
de asesoría jurídica y legal, de difusión de los derechos, de supervisión y
seguimiento de la autoridades), tratan de contribuir a mejorar las precarias y
riesgosas condiciones en que viajan estos migrantes.
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El narcotráfico en la partida, la
corrupción institucional en el tránsito y la violencia estatal en la llegada
Niños migrantes no acompañados: un
mundo de rechazo. Norberto Emmerich http://rebelion.org/noticia.php?id=190708
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